jueves, 20 de agosto de 2009

Heroes argentinos en las Malvinas.

Antonio Rivero, nacido en Concepción del Uruguay, actual provincia de Entre Ríos, Argentina el 27 de noviembre de 1808.

Antonio Rivero llega a las Islas Malvinas en el año 1827, cuando contaba con 20 años de edad, fogoneado, seguramente, por el clima guerrero y revolucionario de la lucha emancipadora independentista librada en los territorios entonces dominados por la España virreinal.

Con esa misma cosmovisión habrá arribado a las islas, privado ya de la libertad aclamada a los cuatro vientos en el continente, al constituirse como testigo de la destrucción norteamericana, primero, y de la usurpación británica, después.

Anteriormente a 1833, en Puerto Soledad ya existía un grave estado de anarquía y desorden, sobre todo cuando en diciembre de 1831 la corbeta de guerra estadounidense Lexington atacó y destruyó las defensas argentinas del lugar, ocupando temporalmente las islas y tomando prisioneros, en represalia por el apresamiento de buques balleneros norteamericanos que cazaban sin permiso. En su momento, Silas Duncan, capitán de la Lexington, declaró que las Malvinas pertenecían “al mundo”.

El 3 de enero de 1833 la fragata inglesa de guerra Clío arribó a Malvinas. Luego de que sus tripulantes plantasen un mástil en una de las pocas casas de Puerto Soledad, se iza en él la bandera británica, violándose explícitamente la soberanía nacional sobre el archipiélago. Por entonces Antonio Rivero, gaucho entrerriano, era un peón a cuyo mando se encontraba el capataz Juan Simón. Las condiciones de los peones era miserable: cada uno de ellos ganaba solamente dos pesos metálicos por cada animal que capturaban, mientras que poco y nada se sabía del dinero que tanto Simón como Francisco Freyre, amanuense de aquél, manejaban por venderles reses a los buques de bandera extranjera.

Fue Juan Simón una de las víctimas de los hechos que habrían de producirse el 26 de agosto de 1833, en razón de erigirse, previo nombramiento por el teniente coronel de la Armada, Pinedo, en comandante político y militar de las Islas Malvinas. En este punto, su autoridad jamás fue reconocida por los ingleses aunque sí “permitida” por el capitán John James Onslow, comandante de la fragata de guerra Clío, y aquí radica la condición de autoridad “argentina” de Simón, al momento de los acontecimientos.

Los usurpadores dispusieron, desde el 3 de enero de 1833 y hasta el 26 de agosto, el izamiento y arriamiento del pabellón invasor en el único mástil del lugar. El encargo de tal tarea, llevada a cabo por el irlandés Guillermo Dickson, fue ordenado por el nombrado capitán inglés Onslow. Más tarde Dickson caería bajo el fuego justiciero del gaucho Rivero.

Todos estos acontecimientos desembocarían, pues, en la gesta reivindicativa y patriótica de Antonio Rivero y de otros 7 argentinos más: dos gauchos (Juan Brasido y José María Luna) y cinco indios (Manuel González, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Zalazar y M. Latorre), quienes el 26 de agosto de 1833 recuperaron y restituyeron hasta el 18 de marzo de 1834, fecha en que fueron capturados, retenidos y luego juzgados en Londres ante tribunal militar, la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas.

Aunque se exigió para ellos la pena de muerte, el tribunal inglés que les juzgó los absolvió al reconocer que sus acciones bélicas habían sucedido fuera de los dominios de la corona.

Representa un orgullo para nuestra identidad el saber que hombres de tierra adentro, como los indios y los gauchos, escribieron páginas heroicas en la lucha por la Patria y sus justas reivindicaciones.

El final de Antonio Rivero es parte de la leyenda criolla. Se estima que murió combatiendo otra vez a los ingleses y sus aliados franceses, en noviembre de 1845, cuando la Batalla de Vuelta de Obligado.

Fuentes:

- La Rebelión del Gaucho Rivero - Gabriel O. Turone
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

jueves, 6 de agosto de 2009

La muerte jugando a los dados...

Amotinamiento de reclutas en Catamarca

Fuente: www.revisionistas.com.ar

Guerra de la Triple Alianza (1864-1870)

La tarea que el gobernador de Catamarca, Victor Maubecín, acometió con mayor entusiasmo durante su gobierno fue la formación del contingente con que la provincia debía contribuir al Ejército del Paraguay. Guerra impopular esta de la Triple Alianza. Tradiciones y documentos nos hablan de la resistencia que demostró parte de nuestro pueblo frente a la recluta ordena

da por el Gobierno Nacional. Algo decía al sentimiento de nuestros paisanos que esa contienda ninguna gloria agregaba a los lauros de la patria, y que tampoco existían motivos para pelear contra un pueblo más acreedor a su simpatía que a su rencor. En Entre Ríos, los gauchos de Urquiza desertaron en masa, pese a que en otras ocasiones fueron leales hasta la muerte con su caudillo. En La Rioja, el contingente de 350 hombres asignado a la provincia se reclutó entre la gente de la más baja esfera social. Un testigo calificado, el juez nacional Filemón Posse, explicaba al Ministro de Justicia, Eduardo Costa, los procedimientos compulsivos que había utilizado el gobierno local al expresar que “se ponían guard

ias hasta en las puertas de los templos para tomar a los hombres que iban a misa, sin averiguar si e

staban eximidos por la ley”.

El método usado para el reclutamiento, tanto como el duro trato a que fueron sometidos los “voluntarios” durante los tres meses que duró la instrucción militar, fueron causa de varias sublevaciones. El mismo testigo señala, a ese respecto, el estado de desnudez de la tropa, lo cual movía la compasión del vecindario cuando salía a la plaza para recibir instrucción. “Más parecen mendigos que soldados que van a combatir por el honor del pueblo argentino”, afirmaba sentenciosamente, agregando que tal situación suscitó la piadosa intervención de la Sociedad San Vicente de Paul que les proveyó de ropa y comida. Acusaba también al gobernador Maubecín de incurrir en una errónea interpretación del estado de sitio, cuando exigía al vecindario auxilios de hacienda y contribuciones forzosas para costar los gastos de la movilización.

La situación que se ha descrito veíase agravada por el trato duro e inhumano que se daba a los reclutas. José Aguayo, uno de los oficiales in

structores, ordenó cierta vez por su cuenta, la aplicación de la pena de azotes en perjuicio de varios soldados. Olvidaba o ignoraba, quizás, que la Constitución Nacional prohibía expresamente los castigos corporales. Este hecho motivó un proceso criminal en contra del autor, cuando los damnificados denunciaron el vejamen ante el Juzgado Federal. Su titular falló la causa condenando a Aguayo a la inhabilitación por diez años para desempeñar oficios públicos, y a pagar las costas del juicio. Dicha sentencia disgustó a Maubecín, quien negó jurisdicción al magistrado para intervenir a propósito de los castigos impuestos en el cuartel “a consecuencia de una sublevación”. El gobernador calificaba de “extraña” la i

ntervención de Filemón Posse y afirmaba que esa ingerencia era “una forma de apoyo a los opositores sublevados”. El choque entre el juez y gobernador originó un pleito sustanciado en la esfera del Ministerio de Justicia y dio materia a una sonada interpelación al mini

stro Eduardo Costa por parte del senador catamarqueño Angel Aurelio Navarro.



Los “voluntarios” se sublevan


El mes de octubre de 1865 llegaba a su término. Faltaban pocos días para la partida hacia Rosario del batallón “Libertad” cuando un incidente vino a conmover a la población. La tropa de “voluntarios”, cansada de privaciones y de castigos, se amotinó con el propósito de desertar. No es aventurado suponer que para dar ese paso debe haber influido un natural sentimiento de rebeldía

contra la imposición de abandonar la tierra nativa, a la que seguramente muchos no volverían a ver. Actores principales de la revuelta fueron poco más de veinte reclutas, pero la tentativa fue sofocada merced a la enérgica intervención de los jefes y oficiales de la fuerza de custodia.

Inmediatamente, por disposición del propio Gobernador, jefe de las fuerzas movilizadas, se procedió a formar consejo de guerra para juzgar a los culpables. El tribunal quedó integrado con varios oficiales de menor graduación y la función del fiscal fue confiada a aquel teniente José A

guayo, procesado criminalmente por el Juez Federal a raíz de la pena de azotes impuesta a otros soldados.

Actuando en forma expeditiva, el cuerpo produjo una sentencia severa y originalísima en los anales de la jurisprudencia argentina. Los acusados fueron declarados convictos del delito de “amotinamiento y deserción”. Tres de ellos, a quienes se reputó los cabecillas del motín, fueron condenados a la pena de muerte aunque condicionada al trámite de un sorteo previo. Solamente uno sería pasado por las armas, quedando los otros dos destinados a servir por cuatro años en las tropas de línea. Los demás acusados, 18 en total, recibieron condenas menores que variaban entre tre

s años de servicio militar y ser presos hasta la marcha del contingente.



La muerte en un tiro de dados


La sentencia fue comunicada a Maubecín, quien el mism

o día -28 de octubre- puso el “cúmplase en todas sus partes” y fijó el día siguiente a las 8 de la mañana para que tuviera efecto la ejecución. Un acta conservada en el Archivo Histórico de Catamarca nos ilustra sobre las circunstancias que rodearon el hecho.

A la hora indicada comparecieron en la prisión fiscal, e

scribano y testigos. El primero ordenó que los reos Ju

an M. Lazarte, Pedro Arcadé y Javier Carrizo se pusieran de rodillas para oír la lectura de la sentencia. Enseguida se les comunicó que “iban a sortear la vida” y, a fin de cumplir ese espeluznante cometido, se les indicó que convinieran entre sí el orden del sorteo y si la ejecución recaería en quien echara más o menos puntos. En cuanto a lo primero, quedó arreglado que sería Javier Carrizo el primero de tirar los dados, y respecto de lo segundo, que la pena de muerte sería para quien menor puntos lograra.

Ajustado que fue el procedimiento, se vendó los ojos a los condenados y se trajo una “caja de guerra bien templada”, destinada a servir de improvisado tapete. Cumplidas esas formalidades previas, Javier Carrizo recibió un par de dados y un vaso.

No cuesta mucho imaginar la dramática expectativa de aquel instante, el tenso silencio precursor de esa definición. La muerte rondaba sombría y caprichosa como la fortuna en torno a la cabeza de esos tres hombres. Es probable que hayan formulado una silencios

a imploración a Dios para que ese cáliz de amargura pasara de sus labios.

Javier Carrizo metió los dados dentro del vaso. Agitó luego su brazo y los desparramó sobre el parche… ¡Cuatro!. Tocaba a Lazarte repetir el procedimiento de su compañero de infortunio. Tiró… ¡Siete!. Las miradas se concentraron entonces en la cara y en las manos del tercero. Pedro Arcadé metió los dados en el cubilete, agitó el recipiente y tiró… ¡Sacó cinco!. La suerte marcaba a Javier Carrizo con un signo trágico.

El acta nos dice que se llamó a un sacerdote a fin de que el condenado pudiera preparar cristianamente su alma. Después de haber sido desahuciado por los hombres, sólo le quedaban el consuelo y la esperanza de la fe. El pueblo catamarqueño, que tantas veces fue sacudido por hechos crueles derivados de las luchas civiles, nunca había sido testigo de un fusilamiento precedido de circunstancias tan insólitas.

En otro orden de cosas, parece necesario decir que la pena de muerte aplicada a Javier Carrizo cumplió el propósito de escarmiento que la inspiraba. A lo que sabe

mos, no se produjo más tarde ninguna sublevación del batallón de “voluntarios” Libertad. Conducido por el propio Maubecín, hasta el puerto de Rosario, llegó a destino y sus componentes pelearon en el frente paraguayo dando pruebas de heroísmo. Estuvieron en las más porfiadas y sangrientas batallas: Paso de la Patria, Tuyutí, Curupaytí y otras. De los 350 soldados que salieron del Valle, el 6 de noviembre de 1865, solo regresarían 115 al cabo de 5 años. Los demás murieron en los fangales de los esteros paraguayos.


Fuente


Armando Raúl Bazán – La Pena de Muerte por Sorteo en Catamarca

Efemérides Históricas– Patricios de Vuelta de Obligado.

Todo es Historia – Año 1, Nº 1, Mayo de 1967.

Turone, Gabriel O. – Reclutamiento en Catamarca (2007).


martes, 4 de agosto de 2009

Origen de las palabras: "La Matanza" y otras...

Hoy en día es algo que nos parece normal hablar de la violencia del partido de "La Matanza", que las elecciones se definen en "La Matanza" o recordamos a una vieja locutora que se postulo para la intendencia con el lema "¡Mi Matanza!". Pero el echo que el nombre si uno lo escucha fríamente nos parece escalofriante: "La Matanza", pero el origen es tan escalofriante como suena.

Por mas que que digan que el origen del nombre es por las matanzas de animales cimarrones, la cuestión comenzó el 2 de Febrero de 1536, día que se fundo por primera vez el "Puerto de Nuestra Señora del Buen Aire", cerca de lo que hoy es el Parque Lezama (eso se cree), cerca de la desembocadura de un riachuelo (La Boca del Riachuelo). Cuando llegaron la hospitalidad de los habitantes de la zona era muy buena, eran los Querandies, un pueblo originario que ocupaban la mayor parte de la provincia de Buenos Aires.

Pero las cosas se complicaron rápidamente, la prepotencia de los hispanos hizo que los lugareños dejansen de darle víveres y al acercarse el invierno no tenían de que comer, asi que empezaron a guerrearon para que escarmienten y les demuestren respeto al "Adelantado". Al fundar el rancharía español estaban cerca de ellos una toldería, que no quisieron ser parte servil de ellos, una noche se fueron rió arriba (por el Riachuelo).

Don Pedro de Mendoza quiso darle un escarmiento y puso a su hermano Diego de Mendoza al mando de trescientos hombres que partieron rápidamente de campaña, realizaron varias batallas contra tolderías, probocando la muerte de cientos de querandies, a partir de ese momento esa zona le comenzaron a decir "el lugar de las matanzas". La campaña era exitosa, ya que las tolderías eran habitadas por pocas personas y sus primitivas armas eran obsoletas a sus mosquetes, pero al llegar al margen de otro río se encontraron con una toldería que había mas de 3.000 originarios.
La batalla se libro el 16 de junio de 1536, fue tal derrota y la perdida de soldados españoles que dejo desguarnecido el nuevo puerto. Se dice que ahí entre los muchos "valientes" perdió la vida el capitán Diego de Lujan, que moribundo se arrojo contra los impuros en su caballo que se perdió en las aguas del río, hoy llamado por eso "Río Lujan".
Después de eso el rancherio quedo a merced del hambre, de los ataques de los querandies y de los furiosos tigres que habitaban la zona.

Los relatos y dibujos de Ulrico Schmidll son por demás elocuentes y los habitantes del puerto llegaron a comerse a los caballos muertos de hambre, hasta se llego al canibalismo (hay un cuento escalofriante escrito por Mujica Lainez). Ya a finales del año la población estaba diezmada y el "Adelantado" decidió abandonar el maldito rancherio para subir al fuerte Santic Spiritu (en la provincia de Santa Fe) en donde el pueblo originario era menos hostil.

Cuenta una leyenda que en esos días se escapo una mujer de apellido Maldonado, esta se refugio en una cueva y encontró una leona que estaba dando luz, a la cual ayudo a dar dos cachorros. Luego la ayudo a conseguir alimentos y fue cuando se topo con una tribu querandies que al ver que la leona trato de defenderla la respetaron e invitaron a unírseles.
Tiempo después fue capturada por los españoles y para su escarmiento fue atada a un árbol a orillas de una arroyo para que los pumas o yaguares que habitaban el lugar hicieran de ella un festín. Pero para sorpresa de los hispanos al volver al día siguiente encontraron que dos pumas la estaban cuidando y se les enfretaron. Eran aquellos cachorros que ella les ayudo a nacer. Huyeron al disparo de armas de fuego y perdonaron a la mujer. Por eso llamaron al arroyo "Maldonado", hoy entubado debajo de la Juan B. Justo.

He aquí el origen del Río Matanza, el Río Lujan y el Arroyo Maldonado. Lastima que, salvo el Lujan, no se pueda disfrutar...